La hoy todopoderosa promotora de MMA pasó por momentos complejos en sus inicios.
Infinidad de medios se hicieron eco, el pasado mes de junio, de un hito sin precedentes en el deporte español. Ilia Topuria, georgiano, nacido en Alemania y residente y nacionalizado español, conseguía ingresar en el selecto grupo de los “Champ – Champ” de la UFC; es decir, aquellos luchadores que ostentan el cinturón de campeón en dos categorías diferentes. Pocos peleadores mundiales lo habían conseguido antes y, desde luego, ninguno nacional.
Topuria ha ayudado mucho a que las MMA tengan una mayor repercusión en nuestro territorio; pero sería injusto decir que ha hecho él solo todo el trabajo. La verdad es que la UFC ya tenía una buena base de aficionados antes de su llegada a la promotora de Dana White. Claro que no siempre fue así. Podríamos establecer la última década como el periodo de gran crecimiento de este fenómeno en España; y, también, a nivel internacional.
Una década en la que muchos protagonistas empezaron a ser tremendamente populares, como Conor McGregor, Jon Jones, Nate Díaz, Ronda Rousey o Jorge Masvidal. Ahora, es fácil reconocer una marca que cierra acuerdos de miles de millones de dólares con las principales cadenas televisivas mundiales. Mucho antes, las artes marciales mixtas pasaron por tiempos verdaderamente difíciles.
Situémonos en noviembre de 1993. John Milius, Art Davie y Robert Meyrowitz, junto a Rorion Gracie, miembro una estirpe de luchadores brasileños que ya es leyenda, decidieron poner a prueba qué estilo de lucha era el más eficaz; al más puro estilo estilo “Bloodsport”, la película de Van Damme de 1988. Los Gracie tendrían su propia representación en esta disputa, ya que Royce iba a participar en el evento UFC 1.
No sólo participó; de hecho, fue el primero de los vencedores, en un formato bien diferente del que conocemos hoy. Las reglas eran prácticamente inexistentes, no había tiempo límite ni separación por categorías de peso. Podríamos decir que se trataba de luchadores de estilos diferentes que los ponían a prueba entre ellos, en una sangrienta contienda. Y ese carácter sangriento, muy poco común en las disciplinas deportivas del momento, fue uno de sus talones de Aquiles.
No es que aquel evento pionero no tuviese repercusión; de hecho, dio la vuelta al mundo. Pero el problema radicaba en conseguir una continuidad, al nivel de otros deportes. Uno de los grandes obstáculos pasaba por que las televisiones comerciales quisieran retransmitir, con periodicidad, las competiciones de UFC. Y, sin los canales televisivos, el alcance era terriblemente limitado.

Para ponernos en contexto, el ecuador de los 90 no disponía de las herramientas virales con las que contamos en nuestros días. El moderno streaming, que ahora es tan popular como tecnología para el live casino online o en los directos de determinadas redes sociales, apenas daba sus primeros pasos. Los medios digitales aún iban a necesitar varios años para consolidarse. La UFC parecía destinada a eventos con una audiencia muy minoritaria.
Tampoco las grandes marcas estaban demasiado interesadas en asociar su nombre a este tipo de combates. Y, así, la gran idea para un deporte que era puro espectáculo, se iba quedando en una promotora con dificultades para seguir adelante. Sin embargo, dicha idea seguía siendo interesante; al menos, para un entrenador y representante de boxeadores que, en aquel momento, era prácticamente anónimo.
Dana White convenció a los hermanos Lorenzo y Frank Fertitta, con los que tenía amistad, para adquirir la UFC y que le pusieran al frente. Una gran decisión. El nuevo mandamás cambió la forma de celebrar los combates y, sobre todo, de promocionarlos. De su mano nacieron las primeras estrellas, que daban bombo a las veladas desde el mismísimo anuncio de los enfrentamientos.
Se crearon las grandes rivalidades, las declaraciones cruzadas, la expectación. Y, especialmente, los nombres propios. Chuck Lidl, Anderson Silva, George Saint-Pierre, B.J. Penn, Randy Couture… Y, en 2013, se incorporó un joven luchador irlandés que lo cambiaría todo: Conor McGregor. “The Notorious” le iba a dar la repercusión mundial a la UFC, consiguiendo llegar al gran público.
Desde entonces, veladas cuyas ventas de PPV superan los cientos de millones de dólares, anunciantes de primer nivel, un merchandising codiciado en todo el mundo y mucho más. Incluso el boxeo tiene que estudiar, actualmente, cuándo programa sus veladas para no coincidir con las principales de UFC. Y estamos hablando de una promotora que los Fertitta compraron en el año 2000 por 2 millones de dólares. Un ejemplo de evolución vertiginosa.












