España avasalló a Francia en la final (86-66) y conquistó el oro sin contemplaciones, con una autoridad incontestable desde el salto inicial hasta la bocina del final del partido. Redujeron a cenizas el físico y el talento del conjunto galo, que fue un pelele en sus manos. Levantaron así las de Lucas Mondelo su tercera corona en los últimos cuatro Europeos que confirman a esta selección como la mejor del continente en la última década y la convierten, si no lo era ya, en un equipo de leyenda.

Para explicar la grandeza de esta selección, baste señalar que hacía 28 años que nadie repetía título en dos Europeos seguidos. El último que lo hizo fue la legendaria URSS de la no menos mítica Uliana Semenova (2,10 m), que ganó 17 oros seguidos (de 1960 a 1991).

España rompió entonces la hegemonía rusa en 1993 y ahora, 26 años después, coge con fuerza el testigo de aquel equipo de leyenda. Y lo hace con muchas menos armas y muchísimos menos centímetros, lo que agranda su mérito.

Las españolas no son altas (imposible luchar contra la genética) y posiblemente tengan menos talento que alguna otra selección, pero compensan su déficit físico rentabilizando sus recursos mejor que nadie. En actitud, agresividad, defensa, carácter, competitividad, madurez y lectura del juego pocas selecciones -quizá sólo Estados Unidos- pueden hacer sombra a este grupo de jugadoras que se rige por un altruismo extremo. Todas, las que más juegan, las que menos e incluso las que no lo hacen, asumen su cuota de resonsabilidad y saben perfectamente qué hacer para sumar. Juegan de memoria.

La exhibición ante Francia va más allá del resultado final y comenzó en el salto inicial. Marta Xargay, la mejor del partido con 23 puntos (5/8 triples), tres rebotes y cuatro asistencias, puso pronto en órbita a España con tres triples (17-8, min 4). Gruda (18+6), la única francesa junto a Hartley (17) se libró por momentos del yugo español, lideró un parcial de 2-10 para meter a su equipo en el partido (19-18, min 7). Pero España demarró de nuevo de la mano de una Silvia Domínguez enorme que redondeó un primer cuarto pluscuamperfecto con un triple sobre la bocina (32-21, min 10).

Gruda Hartley volvieron a la carga para acercar a las galas de nuevo (34-29, min 14). Pero España apretó las tuercas en defensa para frenar la euforia de su rival con un parcial de 12-0 (46-29, min 17). Fue un ejercicio defensivo superlativo que asfixió por completo la creatividad francesa. Gil encarnó mejor que nadie esa agresividad. La pívot acabó con 9 puntos, 10 rebotes y 5 robos de balón demostrando que, al menos en defensa, querer es poder. Y en España, todas sus jugadoras querían el título. España ya acumulaba por entonces 6 robos de balón y había provocado 10 pérdidas de las galas. Así era difícil que se le escapase el partido (50-36, min 20).

Escapada definitiva

Hartley y Gruda mantuvieron un hilo de vida para Francia (56-48, min 25), hasta que Xargay se enchufó con siete puntos para liderar un parcial de 14-8 que daba a España medio título (67-49, min 27). Johannes y Hartley hicieron la goma para evitar el descarrilamiento de Francia (68-56, min 30).

El empujón definitivo a las galas se lo dieron una canasta sobre la bocina de Domínguez, un triple de Xargay nada más comenzar el último acto y un robo prodigioso de Gil -no es casualidad que esas tres acciones definitivas fuesen protagonizadas por las tres mejores jugadoras del partido- establecieron una ventaja definitiva para España (74-56, min 34).

Francia, desquiciada tras toparse una y otra vez con el muro defensivo español, sacó bandera blanca (82-59, min 37) y las de Mondelo alzaron el trofeo de campeón al cielo de Belgrado que agranda la leyenda de un equipo de época.