El Villarreal por fin tocó la gloria con sus manos y ganó su primer título europeo en una noche mágica para la historia del submarino que llevaba persiguiendo este sueño de su primer ascenso a Primera división en 1998. Fue en una tanda de penaltis interminable en la que lanzaron los 22 jugadores que habían acabado el partido sobre el césped. Al final fue Rulli -que marcó el suyo y después paró el de De Gea– quien agarró el trofeo europeo tras un partido vibrante ante el Manchester United, Este es el fútbol de toda la vida. El que permite que un equipo como el Villarreal, que representa a un pueblo de 50.000 habitantes se imponga en una final a uno de los clubes más poderosos del planeta que quintuplica en presupuesto a su rival.

Hay citas a las que uno no puede presentarse con la camisa sin planchar o con un lamparón en los pantalones. El Villarreal, que ha recorrido la Europa League como un verdadero dandi apareció con un impecable uniforme en Gdansk. No es que le hiciera falta darse a conocer en Europa después de cuatro semifinales, pero un estreno es un estreno y una final es una final.

Y esa era la gran incógnita que tenía que despejar el submarino, si le iba a entrar vértigo al verse en lo más alto de una competición tras una escalada impecable y sin errores. Carlos Bacca despejó las dudas de rabona. Fue un recurso y una declaración de intenciones, pero no una floritura. El balón no lo pudo rematar en condiciones Pau Torres que había subido a rematar un córner anterior.

El United parecía que aceptaba la condición de favorito que le habían concedido desde el submarino, pero con precauciones. Solskjaer prefirió situar a Pogba en la cocina del equipo junto a Mc Tominay, para que Greenwood completara la línea de tres mediapuntas. Era una señal evidente de que el técnico noruego pretendía desconectar el juego amarillo para ganar el centro del campo robando y rebañando balones y hasta alguna pierna si hacía falta. Y no era mala señal que entrara tanto en juego el jugador francés. Porque los que se difuminaban a cambio eran los que más peligro podrían acarrear a Rulli como Bruno Fernandes, Rashford o Cavani. El delantero uruguayo andaba algo fuera de sí después de llevarse un par de tarascadas sin castigo. Y cometió una falta que dio origen al gol del Villarreal.

Porque este equipo es capaz de sacar petróleo de donde parece que no hay más que tierra desierta. Parejo envenenó el balón con un golpeo preciso en altura, velocidad y trayectoria. El movimiento de Gerard Moreno, para perder de vista a Bailly y meterse detrás de Lindelof, fue magistral y se las apañó para rematar solo ante de De Gea.

Dio la sensación de que el gol hirió al United más en el orgullo que en el propio marcador, como un puñetazo inesperado, que le aceleró las pulsaciones en exceso. El Villarreal, más que cambiar el plan, lo ejecutó de otro de modo. El trío Parejo, Capoue, Trigueros redujo distancias con los centrales para asfixiar el juego interior. Y lo consiguió, aunque a costa de dejar más espacio para que el Wan-Bisaka o Rashford entraran por la banda. Albiol y Pau sobresalieron -una noche más- con su poderoso juego aéreo.

El United tenía prisa por empezar la segunda parte y estuvo esperando al Villarreal sobre el césped más de un minuto después del descanso. Se esperaba una salida impetuosa del equipo inglés, pero más por fuerza y acumulación que por superioridad futbolística. El submarino medía los espacios que descubría su rival para rematar la final al contragolpe. A punto estuvo de llegar el 2-0 en un balón que le cayó a Bacca y que no acertó a embocar a gol.

Poco después, en una jugada parecida Cavani sí acertó. Pedraza bloqueó un potente disparo de Rashford con tan mala suerte que el balón le cayó al delantero uruguayo que convirtió el 1-1. El gol no desdibujó al Villarreal. Pareció encajarlo no como algo esperado, pero sí como una situación que podía producirse. Fueron los momentos de mayor madurez del equipo de Emery. Y aunque ganó en estabilidad, perdió en presencia en el área de De Gea.

Emery trataba de darle vueltas al partido y agotó los cinco cambios en el tiempo en el que Solskjaer no hacía ninguno. Primero reforzó el centro con Coquelin, luego le dio algo de aire con Moi y finalmente refrescó los laterales. Pero conforme caían los minutos los 22 jugadores sobre el terreno de juego empezaban a ver la prórroga como mal menor.