A mediados de marzo ya se puede afirmar sin riesgo a la precipitación que Arthur Melo es un futbolista con mayúsculas, seguramente el fichaje del año en España, un jugador para una década y una bendición para el Barça, que encontró en el Cruzeiro lo que no daba La Masía, aunque Arthur parece nacido con la genética y criado en los cánones más puros del estilo Barça.
Sus poco más de 70 minutos contra el Lyon (Valverde no le ha dado ningún partido completo en Liga y Champions) volvieron a confirmar un hecho: que el mejor Barça siempre coincide con el 8 en el campo. Se dibujó allá por septiembre en Wembley, cuando la versión de Melo era todavía conservadora, más plana, sin arriesgar en el último pase para asegurar. Y prácticamente no se ha dejado de acentuar a cada partido que ha jugado. El Barça sólo ha perdido dos con él en el campo, Betis en Liga y Sevilla en Copa.
Arthur cayó de pie en el vestuario, apadrinado por Messi a la que le vio entrenar y conservar la pelota. Y sus deslices con Neymar se han atajado de raíz, con reprimenda privada y disculpas públicas incluidas. Con esa cara de buen chico, no parece que la samba brasileña le vaya a despistar. Bien asesorado fuera del campo, mucho tienen que agradecer en el Barça a Robert Fernández, bajo cuyo mando se apostó por una joven promesa brasileña, no internacional, por la que pagaron 30 millones más 10 en variables. Ahora se ve como una ganga, pero en su momento era una inversión de riesgo.
Arthur está entre Guardiola y Xavi, a camino entre el clásico ‘4’ y el ‘6’ de Hernández, brújula, pegamento, bisturí y caja fuerte, todo a la vez. Futbolista de culo bajo pero con un tren inferior más rocoso que el de Xavi e Iniesta, todavía tiene por crecer en su impacto en el juego, pero lo mostrado ya no admite peros. Por ejemplo, su 97% de pase contra el Lyon, inmejorablemente representado en su pase a Luis Suárez, entre cuatro rivales, para el 2-0. Una joya para muchos años en Can Barça.