El Sevilla es grande. Gigante. Poderoso. Indestructible. Un equipo de fútbol creado para ganar finales europeas. No queda otra explicación posible. Ni empezar perdiendo por un penalti; ni recibir un nuevo golpe cuando has remontado; ni perder a dos de tus figuras, como Ocampos y Diegos Carlos, por lesión; ni que el Inter sea un conjunto repleto de estrellas. Nada. Imposible. Nadie lo destruye. Otra copa para Sevilla. Y ya van seis. El Rey recupera su corona. El Sevilla es una bendición para el fútbol.
Jesús Navas, capitán del Sevilla, fue el primer en hablar tras el pitio final que le valió al equipo hispalense su sexta Europa League. Navas cree que es un triunfo merecido.
«Este grupo se lo merece, lleva todo el año peleando. Cómo se supera día a día el grupo con los problemas que ha habido. A toda la afición que se merece que se levanten cada día más feliz», dijo Navas.
La imagen de los desaparecidos Antonio Puerta y José Antonio Reyes, presente en la camiseta conmemorativa de la sexta conquista de la Europa League por parte del Sevilla FC.
La primera mitad fue una dulce locura para el espectador neutral. Las finales a veces tienes esos tintes miedosos, de no querer perder, de hacer todo lo posible porque pasan pocas cosas y tratar de vivir de un fallo del rival. Sevilla e Inter, cada uno con sus armas y su manera de entender el juego, salieron a por el partido. Sin dejarse nada. El espectáculo estaba garantizado. Y si encima comienza el duelo con un gol, mayor espectáculo. Otra vez de penalti. Otra vez Diego Carlos. Si existía miedo a lo que pudiese hacer Lukaku cuando saliera en carrera, en la primera el belga dejó desnudo a Diego Carlos, que le fue lanzado golpes para derribarlo sin que el delantero sintiese nada, hasta que dentro del área le dio el golpe definitivo. Penalti. Ya hizo uno en cuartos y otro en semifinales. No iba a falta a su cita con esta costumbre. Bono adivinó el disparo pero no pudo detenerlo. El Inter tenía el partido donde quería, le tocaba remar al Sevilla.
El central brasileño parecía nervioso. Había que alejar la pelota de su zona. Moverla y cambiarla de banda. El Inter se cerraba bien, sin esperar al Sevilla en bloque bajo. Es decir, había espacios para combinar. Y cuanto más cerca de la cal, mejor. Jesús Navas comenzaba a aparecer y, en su primera incursión hasta zona de peligro, colocó un centro fuerte sobre el primer palo que Luuk de Jong mandó a la red lanzándose en plancha a por la pelota. Tremendo cabezazo. El Sevilla volvía a estar en la final. Ese temido escenario de ir por detrás lo había solventado. Y lo hacía gracias al punta holandés, la sorpresa de Lopetegui en la alineación tras repetir la misma en los tres partidos anteriores.
Era momento de parar y serenarse. Sin embargo, nadie estaba sereno. Todo lo contrario. A Conte se lo llevaron los demonios por una mano dentro del área de Diego Carlos (otra vez), que el árbitro, muy cerca, interpretó como involuntaria. Lopetegui entró en el duelo dialéctico. Todas las espaldas en lo alto. El técnico vasco se desgañitaba pidiendo que Barella no se quedase solo. Fernando quería ayudar con a Diegos Carlos con Lukaku, pero en la banda derecha estaba Reguilón siempre con dos. D’Ambrosio tuvo un remate franco que se fue por alto. Un poco más ajustado, comenzaba a hacerse grande la figura de Banega en el dominio. Y en el balón parado. Por ahí llegó el segundo gol del Sevilla. Lanzó el 10 y De Jong, nuevamente, conectó un cabezazo por encima del portero desde lejos. Golazo. Se le ponía de cara la final al equipo andaluz, pero la alegría duraría poco. En esta primera parte de locura, una jugada muy parecida, en la otra área, terminó con gol de Godín de cabeza, de los clásicos que anotaba en el Atlético. La falta la hizo Diego Carlos. La marca la perdió el brasileño. La primera mitad terminaría con un cabezazo de Ocampos que repelió Handanovic.
Con un ritmo algo menor, dejando un poco de lado esa ruleta rusa del primer periodo, el Inter tuvo la primera ocasión de la segunda en un balón suelto en el área. Navas se lanzó al suelo para repelerlo. El capitán siempre aparece. La respuesta sevillista fue de Reguilón, con una jugada personal y un potente disparo que se marchó al lateral de la red. La mano de los entrenadores se dejaba notar. Todo iba con una marcha de seguridad. Se buscaba al contrario sin exponerse tanto. Cualquier error cobraba un precio altísimo, casi definitivo. Y en un mal despeje en el centro del campo de Diego Carlos, partía Lukaku solo desde el centro del campo hacia la portería. Nadie en su camino. Los centrales no le alcanzaban. Bono le enseñó el espacio y se lo cerró con una parada salvadora.
Y en medio de la terrible tensión, Ocampos no pudo más. Su rodilla dijo basta. Llegaba tocado y dijo que ya no podía dar un paso más. A Diego Carlos también hubo que vendarle el muslo. La batalla comenzaba a cobrarse víctimas. Y como el fútbol es para héroes y villanos, donde el Sevilla escribe guiones de los más inverosímiles, Diego Carlos tenía que quitarse una noche de lo más aciaga con un gol que quedará para la posteridad. Balón suelto en el área tras un rechace de una falta lateral y el brasileño se sacó de imaginación una chilena increíble. Ni él mismo se lo creía. El Sevilla se ponía otra vez por delante. Y no iba a poder ni respirar. En una jugada con varios rebotes, Koundé sacó la pelota cuando se colaba llorando en la portería. Era el momento de saber sufrir.
El poder del Sevilla en Europa es indiscutible. Qué equipo. Qué alegría. El fútbol nacional tiene un nuevo campeón de Europa. El de siempre, el Sevilla. Son seis. Eindhoven, Glasgow, Turín, Varsovia, Basilea y ahora Colonia. Qué grande eres, Sevilla